PUERTA PURCHENA
Brigitte Bardot, Richoly y yo
MANUEL DEL ÁGUILA/


IDEAL Viernes, 21 de julio de 2006

PARECE un poco petulante el título de esta crónica, pero al contenido le va bien. Al menos, eso me parece y creo. En las décadas de los 60 a los 70, época del boom del cine en Almería, yo era corresponsal y colaborador en varios programas de diferente índole, con Tico Medina, Campos de España, Salgado, etc., quienes repetidamente y sin las incomodidades de traslado entrevistaba a las actrices, actores, directores, etc., que iban llegando: un empleo algo fastidioso en cierto modo porque había que soportar a veces, horas de sol sofocantes en los campos de Tabernas, pero simpático y novedoso en el aspecto noticioso de cada día. Madrid se sentía satisfecho conmigo porque podía hacer las entrevistas en francés o inglés, lo que facilitaba el acercamiento hacia los artistas y yo las transmitía en español por los centros emisores del Sureste, Este y Central. Un simpático chollo.

Acabo de leer que la Bardot ha publicado recientemente, a los 65 años, un libro confesional al máximo, en el que comunica que convive con 130 animales, compartiendo con ellos techo y cama. Es cierto que en los últimos tiempos ha ido dando muestras de unas extrañas preferencias, desde unas confesiones íntimas que la separan de la admiración y amistad de los buenos galanes y altas estrellas con que participó en sus films, como Jean Gabin, Alain Delon, Catherine Deneuve, etc., hasta su exagerada admiración al irracional neofascista Le Pen. Pero yo recuerdo aquel encanto de criatura juvenil y divertida que era en la época en que la conocí.
La Bardot me recibió en el Gran Hotel Aguadulce, tomando el sol con un minúsculo bikini, que permitía abarcar el panorama que dio a Francia más dinero que sus perfumes, según se dijo, por lo que recibió la 'Legión de Honor'. Yo era muy joven aún y como inicio le hablé de la primera vez que vi una película suya 'En cas de malheur', una novela policíaca de Simenon.

-Ah, sí: hay unas escenas de ducha con mucho recreo de cámara en unos planos que indudablemente yo recordaba.

El comentario a las películas, su deseo de prolongar la conversación en francés y una invitación de champán con pastas ocupó el espacio, y cuando le dije que tenía que hacer la entrevista, me contestó que volviera mañana y que enviaría su coche con su chofer Ibrahim.
Era, pude comprobar, una chica muy cultivada, universitaria, bióloga, que unía al atractivo físico, una ligereza de expresión sorprendente y que aprovechando su estancia en Andalucía quería aprender entre otras cosas falsetas flamencas a la guitarra. Le llevé pues entonces a Richoly, en aquella época en su esplendor musical, pero como no se entendían tuve que actuar de intérprete durante bastantes días, lo que suponía que su Rolls con el chofer estuvo en mi puerta parado esperándome repetidas veces.

Hace cincuenta años Almería era una ciudad pequeña con apenas coches circulando. Tenía ese matiz, casi ochocentista que la caracterizaba como semidormida, ausente y lejana. Mi calle era un muestrario de tiendas con ociosos mirones y pensaron que yo era el 'gigoló' de la actriz. Pues no, ni un rosco, y sin embargo alguna vez me cuelgan el San Benito. Y pensemos que si hubiera sucedido, ahora podría yo estar, animal u hombre en ese extraño zoológico también metido. ¿Justificamos el título...?


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